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Homenaje a François Dagognet
Gérard Chazal

El 2 de octubre de 2015 murió François Dagognet, filósofo con un recorrido singular. Alumno de Georges Canguilhem y de Gaston Bacherlard, nació en 1924 en Langres igual que Diderot con el que compartió una curiosidad abierta a todos los vientos, a todos los paisajes, a todos los saberes. No hizo estudios secundarios pero aprobó el examen de agregación en filosofía, hizo el doctorado en medicina, (especialización en psiquiatría), disciplina que practicó en el Prado de Lyon como en la prisión de Saint Paul. Después de una tesis sobre Pasteur, enseñó en la Universidad de Lyon, y mucho más tarde en la Sorbona.

Fue en esta universidad en Lyon que conocí a François Dagognet a finales de los años 60 cuando fue mi profesor. Como para muchos, mi gusto por la filosofía apareció para introvertirme en mi mismo, en mis trances adolescentes y existenciales, y en este curso de filosofía que ofrecía François Dagognet, descubrí en él a un hombre que no hablaba de profundidades insondables del sujeto, ni de las angustias del ego, ni de la parte indecible que conservaríamos en lo más íntimo de nuestro ser, sino del mundo y de los hombres, de las cosas y de la manera en que nos relacionamos con ellas. En el transcurso de los dos años en que asistí al curso de François Dagognet de filosofía general, luego al de filosofía de las ciencias, abordamos el reflejo de Babinski, el problema de los falsos zurdos, la psicología genética de Piaget como también los desafíos de la máquina de vapor y el cercamiento en Inglaterra en el siglo XVIII, la importancia de los trabajos en cristalografía de Haüy... Había siempre algo irreverente en el discurso de François Dagognet, discurso a veces provocador, porque el despertar de los espíritus pasa también por eso, a menudo minucioso e instruído, no simplemente inteligente sino volviéndonos más inteligentes. La mirada que este discípulo de Canguilhem y Bachelard nos ofrecía sobre el mundo era no solo el de un médico y el de un filósofo, sino también el de un verdadero enciclopedista. Su curso nos abría a múltiples paisajes, como un reflejo de la diversidad que habita el conjunto de su obra. Es por esto que muchos de nosotros comprendimos lo que era una generosidad filosófica, no la de una caridad bien comprendida, ni la de la razón de Descartes, sino la del compartir saberes y pensamiento reflexivo que se pudiera transmitir. François Dagognet no dudaba, después de haber sustentado con entusiasmo una tesis epistemológica, en tomar con tanta pasión la contradicción escenificando las oposiciones, poniendo en duda nuestras certidumbres juveniles para incitarnos mejor a construir nuestro propio pensamiento. Se trataba de poner al estudiante ante el debate, el intercambio de argumentos, la búsqueda encarnizada de cualquier trazo de verdad, la fuerza de un pensamiento dialectizado. Este enfoque de generosidad irá más tarde hasta dedicar algunos de sus libros a sus antiguos alumnos (el hecho es bastante raro cuando a menudo se ve lo inverso, el discípulo dedicándole un libro a su maestro) y hasta querer escribir su última obra con cuatro de ellos (Philosophie du travail, Encre Marine, 2013), lo que es el más precioso de los regalos.

La filosofía tal como la enseñaba François Dagognet abarcaba mucho, lo que no quiere decir que lo hiciera mal, pues su incesante estudio lo conducía al corazón mismo de los procedimientos científicos tanto como artísticos. Como en su obra, iba de la biología al arte contemporáneo, de los catálogos de la vida a los dispositivos tabulares, de la comprensión del cuerpo a la del cristal. Nos guiaba hacia todos esos territorios que a menudo la filosofía abandona demasiado fácil, con demasiado orgullo nos guiaba hacia el científico, el ingeniero, incluso hacia el artesano o hacia el obrero. Él, al ser proveniente de una familia modesta, de un medio particularmente desfavorecido (material y culturalmente) según sus propias palabras en Cheminement, sabía lo que era el trabajo con las manos, evitaba caer, tanto en los cursos como en lo privado, en los grandes discursos ideológicos, no obstante muy presentes al final de los años sesenta, para consagrarse a los objetos más modestos, más concretos pero también los más auténticamente humanos. Parecía temer más que nada al desprecio de las cosas tales como eran. Más tarde, al seguir a ciertos artistas contemporáneos, no dudará en recuperar la chatarra, el desperdicio, el polvo. Para él, todo lo que tiene que ver con el hombre, la ciencia, la metafísica, la moral, la técnica, la economía, la política... merece la atención del filósofo, hasta lo insignificante, lo superficial, lo interfacial, lo que justifica esta filosofía de los objetos que se convierten en objetos de la filosofía (Los dioses están en la cocina, Les empêcheurs de penser en rond).

¿No estábamos arriesgando, con esta diversidad de la obra que se reflejaba en el curso, caer en la dispersión, la cacofonía y finalmente en la superficialidad? Sería olvidar que para François Dagognet, la filosofía no está en la profundización siempre renovada de un mismo tema sino en la tentativa de captar el mundo en su pluralidad, en su diversidad, en la superficie de las cosas, como el médico que sabe leer en la superficie del cuerpo, sobre la piel, las disfunciones internas. El exterior es tan importante como el interior. Y es así, de manera muy merecida, como un artículo de Libération del 6 de octubre anuncia su muerte llamándolo el “dermatólogo de las cosas”. Pero si el exterior es tan importante como el interior, es porque los dos están estrechamente ligados entre sí y muy a menudo son estos vínculos, estos dispositivos interfaciales que la filosofía de François Dagognet se ha dedicado a revelar y a analizar. Entonces las cosas valen por las relaciones que mantienen entre sí, y por sus interacciones el científico descubre lo que tanto el técnico como el artista realizan. Pero aún más, en sus relaciones entre los objetos, él supo hacer surgir la profundidad de la humanidad que ellas contienen. En una época en que está de moda el volver a la naturaleza, él había comprendido toda la parte de artificio de la que está conformado lo humano.

Esta voz acaba de silenciarse para siempre. En sus antiguos estudiantes que se reencontraron una triste tarde en Avallon, donde se celebró su funeral, un extraño silencio se cernía. Permanece mucho más que numerosos recuerdos de filosofia, la obra multiforme, densa, que continua como un pensamiento que vive y que es necesario proseguir.

 

Gérard Chazal Université de Bourgogne

 

 

(Traducido por María Cecilia Gómez Betancur, Medellín, 12 de agosto de 2024)

Chazal Gerard. Hommage à François Dagognet. In: Cahiers Gaston Bachelard, n°14, 2016. Bachelard et Canguilhem.
pp. 139-141;
https://www.persee.fr/doc/cgbac_1292-2765_2016_num_14_1_1176?q=Hommage%20%C3%A0%20Fran%C3%A7ois%20Dagognet



 

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