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En general elogiado por su palabra luminosa, Michel Serres también ha sido con frecuencia criticado por la complejidad de sus escritos. Aparecido en 1992, Aclaraciones se proponía volver transparente y límpido el trabajo del filósofo.

La discusión llevada por Bruno Latour, diálogo amistoso pero sin concesiones, le permitió a Michel Serres explicitar su formación intelectual, las razones de su tránsito de las ciencias a la filosofía, como el rol del filósofo en el seno de la sociedad.

Para construir el porvenir, especialmente el de la cohabitación de los hombres y de la naturaleza, él insiste sobre la importancia del derecho, del relato y de la pluridisciplinariedad.

Con el paso del tiempo nos ha sorprendido ver hasta qué punto era lúcido sobre el estado del mundo y sobre lo que nos esperaba.

En este texto Dagognet señala, en lo demolido, lo manchado, lo raído, una abundancia real, los signos de una pertenencia a lo que se llama el “ser”. Por este camino filosófico, se reunirá con los artistas plásticos que se han girado hacia lo precario, que han aprendido a renunciar a los lienzos y los óleos para ponerle atención a los papeles usados, a los embalajes arruinados, los andrajos, a todo lo que se apaga o se corrompe. Ellos han aprendido y nos han enseñado a escarbar en los muladares, los montones de residuos de hierro y los detritos con el fin de encontrar los materiales de sus obras. La filosofía dagognetiana de lo mínimo y de lo desterrado trata de dar cuenta de la compasión por lo débil y por lo frágil.

Bachelard y Foucault forman los dos polos entre los cuales habría de circular el pensamiento de Georges Canguilhem que no cesará de reflexionar en la tensión dentro de este espacio que podemos precisar: a la vez el conocimiento y la vida, la racionalidad y el nietzscheismo, la positividad experimental y sus límites, o también lo vivido que funda la Institución y ésta que se distancia de él y que terminará incluso por olvidarlo.

Dice Dagognet que Canguilhem se consagrará a una tarea de esta importancia mientras que los biólogos han desconocido poco a poco la organicidad debido a su reduccionismo mecanicista que tiende a suprimir uno de los términos del conflicto, y que, por su lado, los filósofos casi que se han aprovechado de ello para sólo referirse a la esencia de la vida. ¿Cómo volver a conectar lo que la historia de la biología y de la filosofía han separado? Anotación decisiva y programática: «Se puede admitir que la vida desconcierta a la lógica sin creer por ello que nos irá mejor con la vida renunciando a formar conceptos».

En su obra precedente, las Redes del sentido, Gérard Chazal desarrollaba la idea de que el sentido tenía tanto del orden del mundo como de la potencia y de la estructura de nuestro cerebro, o de nuestro espíritu. Dicho de otro modo, toda significación nace de la interacción del hombre y del mundo, y de los hombres entre sí.

Sin embargo, estas interacciones no se construyen sino rara vez por un contacto directo, o por una presencia inmediata, del individuo a las cosas y a los acontecimientos. El hombre es in-formado por su medio físico y social, y de rebote él informa a ese medio, lo modifica, lo reconstruye incesantemente. Estas acciones recíprocas de los hombres y del universo que los rodea pasan por numerosos intermediarios que aquí llamamos –por analogía con los sistemas informáticos– interfaces. La interfaz es pues lo que se desliza entre dos elementos para conectarlos, ponerlos en relación, hacerlos interactuar y modificarlos profundamente, integrándolos en un todo al que ellos se someten. Las interfaces mismas se construyen y evolucionan bajo la presión de la actividad humana, y a causa de las inevitables relaciones que ellas mantienen.

Interfaces es una verdadera pesquisa sobre esos intermediarios. Es pues cuestión del lenguaje, de los signos, de las herramientas y de las máquinas, de las instituciones de todo tipo, pero también de nuestro cuerpo (la piel es la interfaz más inmediata de las que usamos) para tejer los lazos indispensables entre los hombres y la naturaleza, e indispensables para la cohesión de las comunidades humanas.

Gérard Chazal, profesor de filosofía en la Universidad de la Borgoña, ha publicado el Espejo autómata: introducción a una filosofía de la informática (1995) < tr. Paláu, Envigado, co: Piedra Rosetta, 2024 >, Formas, figuras, realidad (1997), las Redes del sentido (2000) < tr. Paláu en proceso >, el Orden humano o la denegación de naturaleza (2006), Filosofía de la máquina; neo-mecanicismo y post-humanismo (2013) y ¿En qué sueñan las máquinas? (2016).

Acá tenemos la historia de un enamorado de la vida y de un curioso del mundo. Hijo de marinero, hombre de la tierra, rugbyman, exalumno de la escuela Naval, filósofo, historiador de las ciencias, académico, 80 libros, Michel Serres ha querido darle la vuelta al mundo, a los saberes y a las culturas. Su abundante obra, imprevisible, inclasificable, toma la forma de una Pantopía: del griego pan (“todos”) y topos (“lugar”).

Teniendo como divisa “pensar es anticipar” ha visto venir, antes que todo el mundo, las grandes revoluciones de nuestro tiempo: el advenimiento de las comunicaciones, la preocupación por el cuerpo, la crisis de la ecología, la revolución digital, la metamorfosis de lo religioso. Para captar cada uno de estos acontecimientos, forjó conceptos nuevos: de Hermes a Pulgarcita, a los que les dio una encarnación concreta y viviente.

Martin Legros, periodista y filósofo, y Sven Ortoli, periodista y aficionado a las ciencias, han sabido llevar a Michel Serres a que cuente su obra en torno a los grandes personajes que la habitan y a situarla en el paisaje político e intelectual de su tiempo. En filigrana, lo que se perfila es una contra-historia filosófica de los dos últimos siglos.

En esta obra el autor no solamente entra en la moral sino que la considera como la ciencia de las ciencias. Esta definición ha suscitado siempre los sarcasmos más justificados; pero toda el asunto está en saber lo que significan las palabras. Es claro que si se considera infeudar la moral en «lo que es», se la suprime pura y simplemente. El «deber-ser» le da la espalda muy frecuentemente a lo que es y este deber-ser trata de salvar el conjunto de «lo que es», de su pobreza y de sus límites.

Puesto que es necesario preconizar soluciones a los problemas más candentes y más embrollados de nuestro tiempo, esperamos que el moralista justifique la línea que ha considerado como su deber mantener, que realice el balance (objetivo) de los beneficios o de los peligros de sus prescripciones. ¿Acaso no es este un trabajo racional y por tanto científico? Es verdad que la decisión que se propone se ordenaría más bien en las ciencias llamadas de programación. Para ello se contará con los tres medios dentro de los cuales evolucionamos y que nos rodean: la familia, la fábrica productiva de riquezas, la nación.